Érase una vez un leñador que solicitó trabajo en una empresa maderera. El sueldo era bueno, las condiciones de trabajo tentadoras, así que el leñador quería causar buena impresión.
En su primer día, se presentó ante el capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona concreta del bosque.
El leñador se puso a trabajar con entusiasmo. En un día taló dieciocho árboles.
"Enhorabuena", le dijo el capataz, "sigue así".
Espoleado por las palabras del capataz, el leñador decidió superar su resultado al día siguiente. Se acostó temprano.
A la mañana siguiente, se levantó antes que nadie y salió al bosque. Pero, a pesar de sus esfuerzos, no consiguió talar más de quince árboles. "Debo de estar cansado", pensó. Y decidió irse a dormir justo después de la puesta de sol de aquel día.
Se levantó al amanecer con el firme propósito de superar hoy la barrera de los dieciocho árboles. No llegó ni a la mitad. Al día siguiente sólo había siete, al siguiente cinco, y el último día se pasó casi todo el tiempo talando un segundo árbol.
Preocupado por lo que pudiera decir el capataz, el leñador se plantó delante de él, le contó lo sucedido y le juró que había trabajado hasta caer rendido.
El capataz le preguntó: "¿Cuándo fue la última vez que afiló el hacha?".
"¿Afilar el hacha?", preguntó el leñador, "no tuve tiempo para eso, estaba demasiado ocupado talando árboles".
(Texto adaptado de la idea del libro de Jorge Bucay "Ven, te cuento un cuento". La imagen es el famoso cuadro del pintor suizo Ferdinand Hodler "El leñador" (1908)
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