Todos buscamos el sentido, la verdad, lo que nos impulsa y nos llena interiormente. A menudo nos enfrentamos a una pregunta crucial: ¿quién nos guía? ¿El espíritu, nuestro verdadero núcleo, que nos conecta con los valores más elevados? ¿O la mente, una herramienta que debemos moldear y utilizar? Es una pregunta que nos concierne a todos, porque determina nuestro destino individual y colectivo.
El espíritu es la persona interior, nuestro verdadero yo.
El espíritu es nuestro núcleo más íntimo, nuestro acceso a todo lo espiritual, puro y eterno. Nos impulsa a aspirar a cosas más elevadas, a desarrollarnos y a encontrar un camino que vaya más allá de lo terrenal. El espíritu es el puente que nos conecta con la creación, con su luz, su verdad y su amor.
Pero este puente vacila si no reconocemos su importancia. El espíritu solo puede manifestarse si le damos espacio. No es ruidoso ni intrusivo. Su poder reside en su profundidad, su calma y su claridad. Pero son precisamente estas cualidades las que perdemos cuando convertimos a la mente, que es una herramienta, en nuestro amo.
La mente: herramienta, no gobernante.
La mente es un don. Nos ayuda a dominar nuestra vida terrenal, a resolver problemas prácticos y a organizar nuestra vida cotidiana. Está ahí para servir al espíritu y traducir su voluntad en el mundo visible. Pero, ¿qué ocurre cuando convertimos esta herramienta en nuestro gobernante?
Cuando la mente toma el mando, queda atrapada dentro de los límites de lo terrenal. Solo puede captar lo material. Y así nos aleja cada vez más de lo espiritual, hacia un mundo de estrechez, materialismo y separación. Esta «sabiduría intelectual» nos lleva a dudar de todo lo divino y a confiar únicamente en lo visible. ¿Cuál es el resultado? Una vida que se autoproclama progresista, pero que en realidad nos hace retroceder.
Nuestra herencia común es la batalla entre el espíritu y la mente.
Basta con mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que todos sufrimos las consecuencias de esta falsa prioridad. La glorificación de la mente ha creado un mundo dominado por la división, el sufrimiento y la confusión. Pero estos problemas no surgen «ahí fuera». Empiezan dentro de nosotros mismos. Porque cada uno de nosotros lleva consigo este conflicto interior: ¿nos dejamos guiar por el espíritu o confiamos en la mente?
Esta lucha nos afecta a todos. No es culpa de los estados, las iglesias o las instituciones. Es nuestra responsabilidad poner la mente en el lugar que le corresponde: como sirviente, no como gobernante.
El camino de vuelta: el espíritu como guía y la mente como herramienta.
Nos corresponde a nosotros restablecer este orden. El espíritu debe tomar la iniciativa, porque solo él conoce el camino que nos saca de los confines de lo terrenal. La mente ya no debe cerrar las puertas por las que puede fluir la luz de la verdad.
Este proceso comienza en nuestro interior. Requiere valor para mirar honestamente en nuestro interior y derribar los muros que nosotros mismos hemos levantado. Pero si liberamos el espíritu y le damos espacio, podremos volver a reconocer el panorama general. Podremos conectar con nosotros mismos, con el mundo espiritual y con la creación.
Una llamada de atención para todos.
Estamos en un punto de inflexión. Cada uno de nosotros puede elegir el camino que quiere seguir: ¿seguiremos dando prioridad a la mente sobre el espíritu y nos perderemos en el mundo material o nos centraremos en lo esencial, en el espíritu que nos lleva hacia arriba?
Ha llegado el momento de tomar una decisión. No mañana, sino hoy. No solos, sino juntos. Solo así podremos contribuir a un mundo que funcione y viva con toda su belleza, verdad y profundidad.