Libertad. Una palabra que nos parece elevada, casi sagrada, porque abarca todo lo que impulsa a la humanidad: el anhelo de autorrealización, la búsqueda de independencia, la necesidad de seguir nuestro propio camino. Pero, ¿realmente vivimos en esta libertad? ¿Cuánto de ella es solo una ilusión, un espejismo brillante detrás del cual nos escondemos, mientras ya estamos atrapados en redes invisibles que ni vemos ni comprendemos?
El derecho de nacimiento de la libertad – y su pérdida gradual
Libertad, dicen, es nuestro derecho de nacimiento. Como seres humanos, venimos al mundo con un instinto innato de tomar nuestras vidas en nuestras propias manos, de desarrollar nuestras habilidades, de dar forma a nuestro entorno según nuestra propia visión. Pero, ¿qué pasa cuando este impulso interno se encuentra con la resistencia, cuando fuerzas externas nos niegan la elección? Las contradicciones no podrían ser mayores: en un mundo que evoluciona a un ritmo vertiginoso, paradójicamente, parece que estamos perdiendo cada vez más de nuestra libertad.
Ahí están los grandes y poderosos estados que imponen sus ideologías, sus intereses económicos y, no menos importante, sus armas sobre los más débiles como si fueran cadenas. Los países son asfixiados por guerras y sanciones, las personas ven restringida su libertad de movimiento. Incluso en los países "libres", para muchos es cada vez más difícil simplemente vivir como desean. La educación, la elección de profesión, incluso la libertad de expresión, todo está bajo constante presión de conformidad y control.
¿Qué tan libres somos realmente?
Pero la libertad es más que la mera ausencia de cadenas, más que el derecho a expresar opiniones sin represión o a elegir el trabajo que más nos agrada. La libertad, la verdadera libertad, significa asumir la responsabilidad: por lo que hacemos, por lo que decidimos, por lo que no decidimos. Nos creamos nuestra propia felicidad o desdicha, nuestras alturas y nuestras profundidades.
Pero, ¿cuántas veces realmente nos sentimos libres en estas decisiones? ¿Cuántas veces creemos tener una elección, solo para darnos cuenta de que esta elección ha sido predeterminada desde hace tiempo: por los medios, por la sociedad, por las expectativas no dichas de los demás?
Los medios, esas fuerzas omnipresentes que penetran en nuestra vida diaria, guían nuestros pensamientos, moldean nuestra visión del mundo. ¿Qué tan libres somos en un flujo de información que nos dice qué creer, qué es correcto y qué es incorrecto? ¿Qué queda de la libertad de pensamiento cuando nos perdemos en el torrente de noticias contradictorias, hasta que finalmente dejamos de pensar por completo?
La libertad de elección – Un regalo que olvidamos
Y sin embargo, a pesar de todos estos desafíos, nos queda una libertad que nadie nos puede quitar, a menos que la abandonemos por voluntad propia: la libertad de decisión. Tenemos la capacidad de elegir. Decidimos qué camino tomar, qué meta perseguir. Podemos dejarnos llevar por la corriente del tiempo o nadar contra ella, trazar nuestro propio rumbo, con todos los riesgos y consecuencias que eso conlleva.
Pero muchos de nosotros ya no tomamos decisiones conscientemente. Nos dejamos llevar, atrapados en la rutina del día a día, en las expectativas de los demás, en las innumerables distracciones que ofrece la vida moderna. Esta forma de "libertad" es engañosa. Es una libertad sin propósito, una libertad sin responsabilidad. Es la ilusión de libertad mientras el alma se adormece y la mente se cansa.
Libertad y orden – Una pareja inseparable
La verdadera libertad nunca debe confundirse con la anarquía. La libertad sin orden conduce al caos. Esto no solo se aplica al estado de derecho en el que vivimos, sino también a la libertad intelectual. Es tentador creer que la libertad significa hacer lo que uno quiera. Pero, ¿es realmente libertad si esas acciones dañan a los demás? ¿Si alteran el todo, el orden de la creación?
Immanuel Kant dijo una vez: "La libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro". Estas palabras nos recuerdan que la libertad siempre debe estar en armonía con las leyes universales: las leyes de la naturaleza, de la moral, de la creación. Una rosa no puede convertirse en un tomate, por mucho que lo desee. Una persona sin fortaleza interior no puede convertirse en un líder espiritual. Pero en el entorno adecuado, bajo las condiciones correctas, la rosa puede desplegarse en su máxima belleza, y nosotros, los seres humanos, también.
El propósito superior de la libertad – Una vida en armonía
La libertad debe tener un propósito. No es un fin en sí mismo, no es una cáscara vacía. La libertad significa crecer, reconocer el propio potencial y utilizarlo, pero no a expensas de los demás, no a expensas del mundo en el que vivimos. Si queremos vivir libremente, debemos aprender a reconocer y respetar el orden de este mundo. Porque solo dentro de este orden podemos realizar nuestro verdadero potencial.
La libertad que realmente nos hace felices no se encuentra en el egoísmo, no en la satisfacción de pequeños deseos a corto plazo. Se encuentra en ser parte de algo más grande, en contribuir a la creación. Como un músico en una orquesta, que toca su parte sin interrumpir el ritmo general, que ayuda a formar la gran obra y disfruta de la libertad de elegir su propia melodía.
En esta armonía se encuentra la verdadera libertad. La libertad de ascender, de crecer, de formar nuestras propias vidas, pero siempre con la conciencia de que también importa la libertad del otro. Y que solo quien respeta esa libertad puede ser verdaderamente libre.